Un estudio publicado hoy en la revista Nature, en el que participa la
Universidad de Alcalá, echa por tierra la suposición común de que los
árboles ralentizan su tasa de crecimiento a medida que envejecen y se
hacen más grandes. Por el contrario, su desarrollo continúa acelerándose
con el tiempo, incrementando asimismo su capacidad de acumulación de
CO2. Un equipo internacional de investigadores, que cuenta con la
colaboración de la Universidad de Alcalá (UAH), ha compilado medidas de
crecimiento de 673.046 árboles pertenecientes a 403 especies de regiones
tropicales, subtropicales y templadas a lo largo de los cinco
continentes, calculando las tasas de crecimiento de biomasa para cada
especie para después analizar la tendencia en las 403 especies.
"Nuestros hallazgos contradicen la suposición frecuente de que el crecimiento de los árboles
disminuye a medida que éstos se hacen más viejos y de mayor tamaño”,
subraya Miguel Ángel de Zavala, profesor de la UAH –única institución
española de las 24 participantes– y coautor del trabajo. “También
significa que los árboles grandes y viejos secuestran más dióxido de carbono
de la atmósfera de lo que se asumía comúnmente”. Los resultados
mostraron que para la mayoría de las especies la tasa de crecimiento de biomasa
aumenta continuamente con el tamaño del árbol; en algunos casos, los
ejemplares grandes pueden llegar a sumar en un año el carbono
equivalente al fijado por uno de tamaño mediano a lo largo de toda su
vida.
“En términos humanos, es como si nuestro crecimiento continuase
acelerándose después de la adolescencia, en lugar de disminuir” explica
el experto. “Según esta medida, los seres humanos podrían pesar media
tonelada en la madurez y más de una tonelada en el momento de la
jubilación”. Cuanto más viejos, mejor absorben CO2 Este incremento
continuo de la tasa de crecimiento también significa que en términos
individuales los árboles grandes y viejos son mejores para absorber el carbono de la atmósfera.
Sin embargo, los científicos son cautelosos a este respecto y advierten de que la rápida tasa de absorción de los árboles
individuales no se traduce necesariamente en un incremento neto del
almacenamiento de carbono para un bosque completo. Así, los árboles
viejos, después de todo, pueden morir y perder carbono de nuevo hacia la
atmósfera a medida que se descomponen.
“Mientras están vivos, los árboles
grandes y viejos juegan un papel clave en la dinámica del carbono del
bosque", añade el investigador. "Durante años hemos eliminado bosques o
los hemos sobreexplotado sin control. Sin embargo, la ciencia nos dice
que la producción y la conservación no son incompatibles, sino que
incluso pueden ir de la mano”.
Así, los bosques maduros y la diversidad aportan numerosos bienes y
servicios a la sociedad: desde el secuestro de carbono a una mayor
resiliencia al cambio climático.
“Al igual que en otros ámbitos, la sociedad española debe hacer una
reflexión profunda sobre qué tipo de bosques quiere tener en el siglo
XXI y cómo gestionarlos. Estas consideraciones no son superfluas, sino
que son la base de una salida a la crisis real no basada en modelos
financieros especulativos, sino en un crecimiento sostenible de un país
que atesora un territorio de gran potencial”, concluye Zavala.
En este estudio han participado 38 investigadores de universidades,
agencias de gobierno y organizaciones no gubernamentales de EE UU,
España, Alemania, Francia, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda,
Argentina, Colombia, Panamá, Camerún, Congo, China, Tailandia, Taiwán y
Malasia.